La llamada lírica
culta castellana es la poesía elaborada en las cortes de los reyes medievales
Juan II de Castilla, Enrique IV de Castilla y Reyes Católicosg por parte de los
caballeros que vivían en ellas (reyes, políticos, magnates...) y que nos ha
llegado a través de los cancioneros del siglo xv. Se extiende a lo largo de
siglo y medio, desde los primeros poemas del Cancionero de Baena (h. 1370),
hasta la segunda edición del Cancionero geral (1516) de García de Resende. Se
la puede considerar como "la más impresionante muestra de poesía cortesana
de toda la Europa medieval.7 Los grandes poetas cultos castellanos de esta
época fueron Pero López de Ayala, el Marqués de Santillana, Juan de Mena y
Jorge Manrique.
Las
características más sobresalientes de la lírica culta castellana son herencia
de la lírica gallegoportuguesa: fundamentalmente, la terminología métrica y la
concepción del amor cortés (en la que el goig o alegría del amor provenzal ha
sido sustituido por la coita o pena).8
Se trata de una
poesía esencialmente social, y no tan subjetiva, íntima, como la tradicional.
Esta función social se ejemplifica en los diversos temas tratados: la política,
la moral, la filosofía, la teología, el amor cortés, etc. A diferencia de lo
que ocurría en la lírica tradicional, la lírica culta ya no asocia de forma
radical la letra y la música; así, aparecen las primeras composiciones líricas
destinadas solo a la lectura y no al canto, con lo que la composición hubo de
responder a otras necesidades y objetivos: posibilidad de mayor extensión,
búsqueda de nuevos niveles de significación con la alegoría, fijación de
géneros (canciones y villancicos), etc.9
Las estrofas
comienzan a definirse y a centrarse en diferentes formas, tomando, como base,
el verso de ocho sílabas y el de doce.
Los temas de esta
poesía derivan, básicamente, de la poesía provenzal de los trovadores
occitanos: el amor y sus variaciones. En la Península se añaden algunas
características, como las alegorías -personajes basados en ideas abstractas-,
los juegos de palabras complejos, la falta de paisaje y de descripción física,
la aceptación de la desgracia por parte del amante, etc.
Esta poesía suele
recogerse en libros de poemas llamados habitualmente Cancioneros. Destacan
tres:
El Cancionero
General
Recopilado por
Hernando del Castillo en Valencia, 1511, donde hay poesías de Fernán Pérez de
Guzmán, Jorge Manrique, Florencia Pinar, acaso la primera poetisa española, y
los citados más arriba, Juan de Mena e Íñigo López de Mendoza.
Para completar el
panorama de la poesía de esta época, se pueden añadir otras obras muy diversas
en su forma y géneros:
las Danzas de la
muerte;
la poesía
satírica, como las Coplas de Mingo Revulgo o las Coplas de la panadera;
los poemas de
debate, que dan forma dramática a la confrontación de dos o más puntos de vista
sobre un tema. El más antiguo ejemplo de este tipo de poemas es la Disputa del
alma y el cuerpo, compuesto, probablemente, a finales del siglo xii, y que es
una adaptación de un debate francés. Otro poema importante de este género es
Elena y María (sobre las disputas estamentales en la Edad Media), pero la obra
maestra del género es la Razón de amor con los denuestos del agua y el vino,
obra cuyo tema no está claro: alegoría cristiana, formulación literaria de una
herejía cátara, la necesidad de la reconciliación entre contrarios, etc.
los poemas
hagiográficos en versos octosílabos titulados Vida de Santa María Egipcíaca y
Libro de la infancia y muerte de Jesús, transmitidos en el mismo manuscrito del
siglo xiv en que aparece el Libro de Apolonio y copiados, probablemente de un
original en francés, por un escriba aragonés.
La narrativa en
verso
La épica.
La épica es un
subgénero narrativo compuesto en verso y en lengua romance, cuyos orígenes
datan del primer tercio del siglo XI. Las narraciones épicas están
protagonizadas por héroes que representan, por sus valores, a toda una
sociedad; suelen centrarse en acontecimientos relevantes dentro de la historia
de un pueblo, por lo que esos héroes terminan por ser considerados símbolos
para los mismos.
Es frecuente,
además, que el argumento de estas historias gire alrededor de algún problema
del protagonista con el valor social de la honra, que constituía la base de
todo el sistema ético-político de relaciones vasalláticas en la Edad Media.
La épica
castellana toma sus temas, fundamentalmente, de dos acontecimientos históricos:
la invasión árabe
de la Península y los primeros focos de resistencia cristiana (siglo VIII);
los inicios de la
independencia de Castilla ( siglo X).
En este sentido,
la épica
propiamente española aparece, incluso en sus testimonios más antiguos e
indirectos, caracterizada por una temática original (...) y por una visión del
mundo bastante distinta de la de la chanson de geste [francesa, anterior en el
tiempo]. Lo más importante es que el rechazo de las "historias
extranjeras" no lleva solo a buscar en los anales del propio patrimonio
asuntos dignos de convertirse en narraciones épicas, sino sobre todo a
estructurar estas narracinoes a partir de un modelo cultural autóctono e
independiente
Deyermond (1991,
María Luisa Meneghetti, «Chansons de geste y cantares de gesta: la singularidad
de la épica española», pp. 71-77 (73))
Así las cosas,
por influencia de la épica francesa (a través del Camino de Santiago y de la
presencia del mundo occitano en el noreste peninsular), la épica castellana
solo tomó algunos temas de esta, como por ejemplo la figura de Carlomagno, en
el único texto que presenta huellas del llamado ciclo carolingio, el fragmento
conservado del Cantar de Roncesvalles.
El poema épico se
denomina propiamente cantar de gesta. De los cantares de gesta se dice que son
obras que pertenecen al mester de juglaría, pues eran transmitidos y recitados
de memoria por los juglares que actuaban en las plazas de los pueblos y
ciudades, en los castillos o en las estancias de la corte, a cambio de un pago
por sus servicios. Sabían danzar, tocar instrumentos, recitar y realizar
ejercicios acrobáticos y circenses. Consecuentemente, los cantares de gesta se
representaban con apoyatura musical ante el público, haciendo uso de una
monodia: una ligera cadencia final en cada uno de los versos que era subrayada
en el primero y último de cada tirada (entonación y conclusión).
El objetivo de
este recitado público era doble: entretener e informar al auditorio, aunque sin
propósitos moralizantes ni pedagógicos (propósitos que sí serían propios de las
obras del mester de clerecía).
Se han conservado
muy pocos debido a esta transmisión oral. Además del Cantar de mio Cid, que se
conserva casi completo, nos han llegado fragmentos del Cantar de Roncesvalles y
del Cantar de las Mocedades de Rodrigo. De otros cantares de gesta nos han
llegado noticias gracias a las crónicas históricas, que los utilizaron como
fuente (por ejemplo, el Cantar de los siete infantes de Lara, que aparece en la
Segunda Crónica General -Crónica de 1344, de Pedro de Barcelos- y que está
vinculado al ciclo de temas relativo a los Condes de Castilla).
Algunas
características de los cantares de gesta de la literatura española son:
su carácter
anónimo.
su gran
vitalidad, pues sus temas pervivieron en la literatura posterior (romancero,
comedia nacional, drama neoclásico, romántico y moderno, en la lírica, en la
novela, etc.)
su realismo, pues
se compusieron en fechas cercanas a los hechos que cuentan, por lo que apenas
aparecen elementos fantásticos.
Los cantares de
gesta fueron tomados como documentos históricos en muchas ocasiones, por que
algunos fueron prosificados y así fueron incluidos en crónicas medievales (como
la Estoria de España o Primera crónica general de Alfonso X); gracias a esto,
algunos se han podido conservar parcialmente.