sábado, 7 de noviembre de 2015

El Romancero

La palabra romancero, en el contexto de la literatura medieval, hace referencia al conjunto o corpus de poemas denominados romances que han sido conservados, ya sea por escrito, ya a través de la tradición oral. Compuestos anónimamente a partir del siglo xiv, fueron recogidos por escrito en el xv y conforman lo que se denomina romancero viejo, en contraposición al romancero nuevo, con autores ya reconocidos, compuesto a partir del xvi. Los músicos españoles del Renacimiento utilizaron algunos como texto para sus composiciones.

Los romances derivan, con bastante probabilidad, de los cantares de gesta:10 ante las actitudes y demandas del público, los juglares y recitadores debieron comenzar a resaltar determinados episodios de esos cantares que destacaban por su interés y singularidad; al aislarlos del conjunto del cantar, se crearían los romances. Este carácter esencial de los mismos, llevaba a que fuesen cantados al son de instrumentos en bailes grupales o en reuniones de entretenimiento o trabajo común.

Formalmente, se trata de poemas no estróficos de carácter épico-lírico; esto quiere decir que, aparte de ser narrativos como los cantares de gesta, presentan ciertos aspectos que los aproximan a la poesía lírica, como la frecuente aparición de la subjetividad emocional.

Al derivar de la épica, los versos son largos, de entre 14 y 16 sílabas, y con rima asonante; estos versos presentan lo que se denomina cesura interna, de forma muy marcada, que tiende a dividirlos en dos partes o hemistiquios con cierta independencia sintáctica. En la evolución del género, estos hemistiquios fueron ganando aún más autonomía, por lo que quedaron fijados en las ocho sílabas, aproximadamente. De ahí que, en ocasiones, y por la influencia de la poesía lírica que utilizaba siempre versos cortos, los romances apareciesen como tiradas de versos octosílabos con rima asonante sólo en los versos pares.

Su temática y naturaleza son muy variadas. Un grupo importante -acaso el más antiguo- pertenece al género épico y podría derivar de cantares de gesta fragmentados y hoy perdidos en su casi totalidad. Otra parte considerable la forman romances líricos de personajes o situaciones muy diversas.


Existen diversas propuestas de clasificación temática; con todo, existen categorías constantes que serían las siguientes:

Romances históricos
tratan de asuntos y acontecimientos basados en la historia; son característicos los referidos a los problemas fronterizos entre los reinos cristianos y los musulmanes, y los centrados en el rey don Pedro I de Castilla. Entrarían aquí también los llamados de tema francés, los carolingios (que cuentan las hazañas de Carlomagno y otros personajes de su corte) y los bretones (que recogen las leyendas del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda);
Romances épicos y legendarios
sus temas proceden directamente de leyendas o de cantares de gesta; esto es, se trata de historias ya conocidas reelaboradas poéticamente, conservándose como único recuerdo histórico a ciertos personajes;
Romances de aventuras o novelescos
son enteramente inventados y presentan rasgos folclóricos, aventureros, amorosos, simbólicos, líricos. El sentimiento amoroso aparece en sus manifestaciones más variadas: desde el erotismo hasta la sombría tragedia conyugal.
Estilísticamente, se suelen clasificar en:

Romances tradicionales
Aquellos en los que la acción se presenta de forma más bien dialogada; precisamente por ello, se conocen también con el nombre de romances-escena. La acción se narra casi siempre en tiempo presente, por lo que el público no es tanto un oyente como un espectador y testigo de unos hechos;
Romances juglarescos
Aquellos cuya narración es más demorada y minuciosa, centrándose en un episodio de forma muy intensa.
Otros rasgos literarios son:

Estructuralmente

Se caracterizan por su fragmentarismo: no cuentan historias completas, sino que buscan la esencialidad y la intensidad, comenzando ex-abrupto y terminando de forma también abrupta, con finales abiertos: la historia que en ellos se cuenta carece de antecedentes y de consecuencias; son relatos autosuficientes en los que solo aparecen los personajes fundamentales;

Lingüísticamente

Son proclives a la naturalidad expresiva, a la espontaneidad, al léxico básico, a oraciones breves, al uso de pocos nexos y a preferir la yuxtaposición, a la eliminación de referencias espacio-temporales, al uso de elementos expresivos intensificadores (interjecciones, exclamaciones, apóstrofes, hipérboles...) y a manejar recursos como la personificación, la antítesis, las reiteraciones, los hipérbatos, las enumeraciones, los diminutivos, etc.;

Narrativamente

Presentan diversos elementos líricos por el medio del relato. El narrador suele ser neutral y fomenta la intervención de los personajes, introducidos en estilo directo sin verbum dicendi. El lirismo se manifiesta en la acusada tendencia a presentar una visión misteriosa y enigmática de la realidad, con capacidad para convertir en simbólico un pormenor y convertirlo en eje del romance. La alternancia de tiempos verbales, como ocurría en los cantares de gesta, sirve para captar la atención del oyente: el presente histórico se usa para acercar y actualizar la narración, mientras que el indefinido para los momentos culminantes o climáticos; el imperfecto, por su parte, se usa para introducir los matices de cortesía o para proyectar las cosas y los hechos a los ámbitos de la irrealidad. Aparecen, en fin, fórmulas y motivos también característicos de la épica.
El siglo xvii admiró estas composiciones y no dudó en imitarlas y revitalizarlas. Autores como Lope de Vega, Góngora o Quevedo escribieron romances al modo de los antiguos, formando lo que hoy se conoce como Romancero nuevo.

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