El teatro
medieval castellano cuenta con testimonios confusos, escasos e irregulares,
hasta el punto de haberse puesto en duda su existencia hasta finales del siglo
xv.
De la segunda
mitad del siglo xii consideramos el primer ejemplo de teatro castellano. Es el
Auto de los Reyes Magos, procedente de la Catedral de Toledo. La lengua del
fragmento desconcierta y apunta a una posible fuente francesa.
Es probable que
en la Península se hayan perdido más textos de representaciones teatrales que
de otros géneros literarios. Algunas leyes de Alfonso X o normas de sínodos
eclesiásticos apuntan a manifestaciones dramáticas imprecisas, realizadas por
juglares de diversa formación.
Hasta finales del
siglo xv, no publicará sus representaciones quien se considera padre del teatro
castellano: Juan del Encina (1469-1529). La estructura de sus obras se irá
complicando a medida que va adquiriendo una mayor maestría en el género.
Fundamental –por lo que respecta al aprendizaje de nuevas técnicas- es su viaje
a Roma en 1499. Su última obra es la más ambiciosa fue la Égloga de Plácida y
Vitoriano.
Compañero, rival
y admirador suyo sería el también salmantino Lucas Fernández (1474-1542), cuya
obra resulta difícil de fechar, aunque se supone realizada hacia 1500. La
edición de sus Farsas y églogas aparece en 1514 en Salamanca. Este autor parte
de presupuestos próximos a los de Juan del Encina, pero prolonga la extensión y
el número de personajes.
Posiblemente se
hayan perdido muchos de los autos que se debieron representar a lo largo del
siglo xv. Un códice de la segunda mitad del siglo xvi, llamado Códice de Autos
Viejos conserva numerosas obras, representadas en muy diversos lugares de la
Península, que podrían ser reelaboraciones de estos textos medievales.
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