Cantar de mio Cid
La obra española
más importante (y única completa) de este género es el Cantar de mio Cid, que
se conserva en una copia manuscrita del siglo XIV de un códice de 1207 copiado
por Per Abbat de un original fechado entre 1195 y 1207. La fecha de redacción
del original se sitúa, por tanto cerca de 1200.
La obra ha sido
dividida por los editores modernos en tres cantares:
El primer cantar
trata el destierro del Cid por Alfonso VI, a causa de ciertas intrigas
cortesanas. Martín Antolínez logra de dos judíos un préstamo de seiscientos
marcos para el Cid, para sus fieles y para mantener a su mujer e hijas en el
monasterio de San Pedro de Cardeña. El Campeador conquista Castejón y Alcocer,
poblaciones que devuelve a los moros a cambio de un rescate. Cierra el cantar
un enfrentamiento con el conde de Barcelona.
El segundo cantar
se inicia con el asedio y conquista de Valencia. Álvar Fáñez lleva presentes al
rey y le pide que consienta a doña Ximena y a sus hijas salir del monasterio
para instalarse en Valencia. El rey Alfonso propone casar las hijas del Cid con
Fernán y Diego, infantes de Carrión, a lo que éste accede. Se celebran vistas a
orillas del Tajo y bodas con sus fiestas en Valencia.
El cantar tercero
se abre con el episodio del león, de carácter novelesco: mientras duerme el
Cid, escapa de la red su león, causando el pánico entre los infantes de
Carrión, que, tras confirmar su cobardía en la batalla contra el rey Búcar de
Marruecos, deciden volver con sus mujeres a sus tierras palentinas. En el
robledal de Corpes las golpean y abandonan, por considerarlas impropias de su
condición social. El Cid recuerda al rey que, siendo él quien las casó, es suya
la afrenta. Alfonso convoca Cortes en Toledo, donde el Cid recobra sus haberes
y deja que Pero Bermúdez, Martín Antolínez y Muño Gustioz derroten,
respectivamente, a los infantes Fernán y Diego y a su hermano, Asur González.
Sus hijas recuperan la honra casándose con los infantes de Navarra y Aragón.
Los hemistiquios
oscilan entre las tres y las once sílabas, con claro predominio, en este orden,
de heptasílabos, octosílabos y hexasílabos, lo que da versos de longitud
variable que se cifra entre 14 y 16 sílabas métricas, y estos se organizan en
series o tiradas de un número indefinido de versos asonantes entre sí.
Aparecen, sistemáticamente,
a lo largo del poema fórmulas -grupos de palabras que se repiten con ligeras
variaciones-. Esto apunta al carácter oral de este género, ya que en el origen
de la poesía épica, facilitaría la improvisación y la memorización de los
versos. De entre estas fórmulas destacan la omisión de verbos de decir -dijo,
preguntó, respondió...- y los epítetos, adjetivos generalmente aplicados a
personas o lugares caracterizados positivamente.
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